Mario Bofill ponen de pie al Cocomarola

El anfiteatro Tránsito Cocomarola se irguió en aplausos en la tercera noche de Festival para rendir homenaje a dos cultores de la tradición: Ramona Galarza y Mario Bofill, que fue premiado con un galardón de consagración en una velada de conjuntos clásicos que, además, cobijó el encanto de Ofelia Leiva que ofrendó a los correntinos una "Aurora" atravesada de chamamé.

La fruta y el dulce de los montes, el río, los cortejos y las nostalgias, el mundo visto desde el llanto de un acordeón, lo mejor y lo peor de las angustias en los rasguitos de esas guitarras, el amanecer, el arenal, y los esteros. El festival oyó a sus raíces brotar del escenario. ¿Habrá voz que iguale estos cantos, sus historias?
Concierto de inigualable poesía es el anfiteatro cuando el público levanta su espina con un sapucay que termina bandera argentina al viento entre miles de brazos que vienen y van, flameando, cuando como la sagrada familia de los chamameceros de antaño se reúnen para cantarle a su Corrientes porá.                                                                                                                   Leer Más...

"A Dios" le pidió todo cantor que subió al Sosa Colodrero ayer. Los primeros: la agrupación "Alma de Montiel" de Entre Ríos, que con su nombre le rinde homenaje al mítico chamamecero iniciador del cuarteto Santa Ana, cantó para revelar a la paisanada con melodías empapadas de guaraní.

"Y pensar querido país que hay gente malacostrumbrada que nos usa", decía Facundo Días de Alma de Montiel. "Ahora vienen con dólares, se van comprando estancias, el Iberá, las cataratas" (...) Pero,"como la sangre nos crece el chamamé", el grito de la paisanada, "la esperanza, prendido un sapucay".

Arrastrando espuela subió Aníbal Maldonado y su conjunto. Delante de una cortina de lapachos como en bailantas de pueblos olvidados, cortó el aire con la faca de su voz un recitador que alabó al nombre guaraní que dijo "si quieren conocer mi nombre, yo me llamo chamamé".

Sur Canto de Encarnación, el grupo revelación en Paraguay con ribetes que lo acercaban a Amandayé, cambió el ritmo con coros melódicos, una batería, y un teclado que reemplazó el sonido del acordeón hasta presentar a un "místico violinista", que saltó al público tras interpretar una polca, entre solos y punteados y hasta sonidos de animales que salían de sus dedos como encendidos.

El ballet oficial argentino cerró el segmento con bailes típicos y una teatralización burlesca del cortejo en la bailanta que produjo carcajadas de a borbotones.

Pero se hizo el silencio. Se anunciaba la presencia de Eustaquio Papi Miño. Sus coros agudos, su cálida sensación, recordaba el folclore que habita en la memoria colectiva, como el country entre los rurales al sur de Estados Unidos, como bailaban los conquistadores de América al norte, bailaban un dulce canto de nostalgias los correntinos ese primer chamamé.

"Cuando llora el acordeón, en los pechos hago garras", decían esos cantores, esos fuelles los de Papi Miño con sus lentes negros de no ver, arrancaba el vino blanco y el vino tinto de las manos de su gente, que de un brinco se lanzaba al baile de pié.

Y llegó Ramona Galarza. De vestido celeste saludó al público que gritaba "Ramona, Ramona", y preparó la voz para cantar himnos para los que piensan en los que dejaron su cuerpo en la guerra con valor como un "cazador correntino".

"Si hacés memoria, vos sos testigo / que nuestra gloria es hacer historia / ¡neike, chamigo!", cantó Galarza al anfiteatro entonces lleno que coreaba la letra del padre Julián Zini en la voz de "la novia del Paraná".

"Olvida mi bien/ el enojo aquel / que así nuestro amor / irá a renacer / porque comprendí / que no sé vivir sin tu querer", dijo para cerrar Kilómetro 11 arrancó un coro de coléricos bramidos, de gritos de guerra.

De pronto el Anfiteatro Tránsito Cocomarola alentaba al "cantor de los pobres" como lo hacen las barras cuando un goleador sale a la cancha.

La vos joven vibró con Gisela Méndez Rivero, una cantora de Paso de los Libres que interpretó un tema en portugués porque para ella, que vive en esa ciudad limítrofe con el país vecino, las fronteras no dividen, si no al contrario, son un punto de encuentro.

Repasó el nombre de las localidades correntinas en las que habita un estilo diferente de chamamé, cantó a no discriminar a aquellos que llevan la bandera de las tradiciones, y se dijo orgullosa de encontrarse con el público correntino reunido.

Aclamados por el público de pié fue recibido luego el grupo Integración, que terminó su presentación con el Anfiteatro tan enardecido como cuando los primeros acordes asomaban de sus guitarras.

Ellos también cantaron "soy chamamé", y arrancaron del público tantos sapucay que habría quedado mudo el Cocomarola con las voces vencidas de seguir Integración por media hora más.

Preludio de Ofelia Leiva que agradeció sobre el escenario a su compañero de toda la vida cuyos restos fueron arrojados al río Paraná para que lo lleve su corriente hasta la desembocadura del Río de la Plata.

Arrastrada, quejumbrosa, melancólica, Ofelia entonó "Allá ité" para tocar la profundidad de los corazones animados por el paso de Integración, para luego quebrar el aire con melodías que anticipaban una nueva fiesta bajo el "Cielo de Mantilla".

Cantó dos temas y cerró con una emocionante versión de la canción a la bandera de Aurora en clave de chamamé. "Es la bandera / de la patria mía / del sol nacida / que me ha dado Dios", desplegaba en "o" su vos Ofelia con esa ópera.

Hasta que fue turno de Mario Bofill que ingresó como si ingresase Maradona a un estadio en la derrota de Argentina cuando se sabe que sólo unos minutos quedan para revertir del final de un encuentro trágico.

Oléee oléee oléee oléee, Mariooo Mariooo. Oléee oléee oléee, Mariooo, Mariooo, repetía la tribuna que se vistió de hinchada mientras Boffil entonaba como preparando los músculos de sus cuerdas vocales par aun partido infinito.

Sus historias remontaron la música de pueblo en pueblo, primero con la presentación de compañeros de viaje, hizo bromas que sonrió el Cocomarola, con rostros felices de historias que las canta como un encanto.

"Conjunto pena y olvido", "Requecho", "Viva la Pepa", sus caballos de batalla. "Si no los canto me queman vivo", decía. Acababa de recibir el premio consagración por su trayectoria. "Mi compromiso siempre será el de escribir, para ustedes, música y letra", señaló.

fuente: momarandu.com

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